Fecha de publicación: 27/07/2016
El finalista del premio Goncourt de novela, Herbert Wild –pseudónimo literario por el que es conocido en todo el mundo francófono el geólogo Jacques Deprat- y su inseparable compañero en la montaña, el palois Henri Duboscq habían salido de Pau a las 3 de la madrugada.
Los dos veteranos y expertos alpinistas –ambos superaban la cincuentena- dejaron su coche en Lescun para emprender hacia las 8.00 de la mañana la invernal que tenían prevista el fin de semana pasado. Pequeño de talla, pero lleno de conocimiento –geología, filosofía oriental, micología...- el denostado doctor en geología había preparado una ruta alrededor de la Mesa de los Tres Reyes que incluía Ansabere, Petrechema y el col d’Anaye para llegar a dormir al refugio de Laberouat.
Sin embargo, las dimensiones engañosas del circo de Lescun los había retrasado en exceso. Tras coronar el Petrechema y rodear por el sur la gran aguja por su vertiente aragonesa son ya las 13.00 horas cuando afrontan el cresterío secundario del Petrechema. El frío no impide que los rayos del sol calienten la nieve y aumente el peligro.
El descenso parece complicado y el tiempo se les echa encima por lo que deciden ganar tiempo y terreno con un descenso directo por el lado norte con esquís, crampones y piolets que usan a conveniencia. Bloqueados por las rocas buscan un paso practicable. Al parecer, tras un mal gesto, Wild se engancha el pantalón con el crampón del otro pie, resbala y cae por la placa de hielo y nieve sin decir una palabra. El novelista y geólogo se golpea brutalmente con una roca, se rompe la columna vertebral y queda inconsciente.
Tres cuartos de hora después Duboscq consigue llegar a su lado. Con la cuerda y los esquís, y gracias al escaso peso de Deprat –apenas supera el 1,50 y es muy delgado-, Duboscq prepara un trineo y consigue avanzar tirando de su amigo, que recupera la consciencia: “Te pido perdón por hacerte esta faena. Creo que no valgo la pena”. En un paso difícil, el trineo improvisado se escapa de sus manos y se precipita contra una roca. Wild muere en este segundo choque, pero Duboscq sigue con su penoso transporte. Son ya las nueve de la noche. Una cabaña de pastores aparece para ofrecer un abrigo al cadáver y alejarlo de los buitres que lo sobrevuelan desde hace un buen rato. En medio de la noche, Duboscq se pierde, pero consigue llegar a... ¡Isaba! doce horas más tarde.
La guardia civil navarra no tiene competencias para recuperar el cuerpo y le recomiendan dirigirse a las autoridades de Ansó. El pueblo ansotano se pone de acuerdo para prestarle una ayuda que no olvidará y recuperar el cadáver, abandonado en una cabaña a unos 17 kilómetros de allí. Avisados por telegrama, los compañeros del Club Pyrénéen de Pau se dirigen a Ansó por Somport: Bernard Bernis, Jean Santé, Maurice Lecomte y Albert Tachot viajan para acompañar a Duboscq y proceder a las exequias tal y como había pedido Wild en caso de accidente: ser enterrado cerca de la montaña que lo viera morir.
Duboscq es retenido por los carabineros, que exigen una autopsia para aclarar su relato y ponerlo en libertad. El papel de Tachot, cirujano, resultará fundamental. El médico de Ansó le pide que le asista en una singular autopsia que se lleva a cabo en el porche de la iglesia. Han de serrarle el cráneo –eso dicen las crónicas francesas- y por ello, no sin dificultad, intentan mantener a los niños alejados. Muchas ansotanas se acercan mezclando curiosidad y estupor. Desde que llegó el francés acompañado de la Guardia Civil de Isaba, Ansó ha sido un hervidero. Como dirá en su relato Robert Ollivier en el Bulletin Pyrénéen, “solo faltaba Goya plasmando la escena”.
Confirmada la muerte accidental, Duboscq es puesto en libertad. Los lectores de Wild quedan impresionados por las coincidencias entre la muerte del escritor y los pasajes de una de sus novelas, aquella que le motivó su primer viaje a nuestra cordillera. Desde entonces, como muchos otros extranjeros, los Pirineos lo habían atrapado. Recorrió todos sus macizos y pisó todas y cada una de sus cumbres importantes.
(...) Así, y en otros términos de admiración sin límites, nos habló este caballero de Pau que volvía a su ciudad solo, con el tremendo vacío del camarada de tantas jornadas alegres frente a la naturaleza. Para expresar su gratitud y las de los Clubs Pyreneen y A. F. de Pau, a Isaba, a Ansó, escenarios de su desdicha, y a todos los españoles que han participado en su dolor, hemos escrito estas líneas. L* (La Unión, 14-3-1935)
* L era la firma habitual de Juan Lacasa
Reportajes extraídos de: la colección "Almanaque de los Pirineos" de Pirineum editorial
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